Consideremos ahora la esfera de la recreación, por ejemplo, una fiesta. Un hombre racional disfruta de una fiesta como recompensa emocional por sus realizaciones, y solo puede realmente gozar de ella si de hecho involucra actividades placenteras, tales como encontrarse con aquellos a los que aprecia, conocer a personas que encuentra interesantes, participar en conversaciones en las que se digan y oigan cosas que valga la pena decir u oír.

Pero un neurótico puede «disfrutar» de una fiesta por razones que nada tengan que ver con las actividades que se realizan en ella; puede odiar, o despreciar, o temer a todos los presentes, puede comportarse como un necio y sentirse, secretamente, avergonzado de ello, pero pretenderá que esto le proporciona placer porque siente que la gente está emitiendo vibraciones de aprobación o porque es una distinción social haber sido invitado a esa fiesta, o porque otras personas parecen estar alegres, o porque esa fiesta lo ayuda a huir, por el tiempo que dure la velada, del terror a encontrarse a solas consigo mismo.

El «placer» de la embriaguez es, obviamente, el placer de huir de la responsabilidad de ser consciente, como las reuniones sociales que se celebran con el único propósito de exteriorizar un caos histérico, donde los invitados van de un lado a otro sumidos en un sopor alcohólico, parloteando ruidosamente, sin sentido, y gozando la ilusión de un Universo donde no se esté obligado a tener un propósito, ni a ajustarse a la lógica, la realidad y la conciencia.

- Ayn Rand. La virtud del egoísmo (1964).


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6/8/2024, 6:00:12 PM  -  4 months ago.

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