En una ética racional, es la causalidad —no el «deber»— la que sirve como principio orientador al considerar evaluar y escoger las acciones de uno, especialmente aquéllas que son necesarias para conseguir un objetivo a largo plazo. Siguiendo ese principio, un hombre no actúa sin conocer el propósito de su acción. Al escoger un objetivo, él considera los medios requeridos para conseguirlo, sopesa el valor del objetivo contra las dificultades de los medios y contra todo el contexto jerárquico del resto de sus valores y sus otros objetivos. Él no exige lo imposible de sí mismo, y no decide con demasiada facilidad qué cosas son imposibles. Él nunca ignora el contexto del conocimiento que tiene a su disposición, y nunca evade la realidad, dándose cuenta plenamente de que su objetivo no le será concedido por ningún otro poder que no sea el de su propia acción, y que, si la evadiera no estaría engañando a ninguna autoridad kantiana sino a él mismo.

Si se desalienta ante las dificultades, él se recuerda a si mismo el objetivo que las hace necesarias, sabiendo que tiene plena libertad para reconsiderar —para preguntar: ¿vale la pena?— y que no hay ningún castigo en el asunto, excepto renunciar al valor que él desea. (Uno rara vez se da por vencido en tales casos, a menos que uno lo considere racionalmente necesario).

- Ayn Rand. Filosofía: quién la necesita (1982).


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4/4/2024, 6:00:12 PM  -  6 months ago.

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