—¡Sí! ¿Y no es la raíz de todos los actos despreciables? No el egoísmo, sino precisamente la ausencia de un ego. Míralos. Al que engaña y miente, pero mantiene una fachada respetable. Sabe que no es honrado, pero los demás piensan que lo es, y extrae su respeto propio de ahí, de prestado. El hombre que se lleva el reconocimiento por un logro que no es suyo. Sabe que es un mediocre, pero es grande a ojos de los demás. El infeliz frustrado que profesa su amor por los inferiores y se aferra a los menos privilegiados para poder establecer su propia superioridad por medio de la comparación. Al hombre cuyo único objetivo es ganar dinero... Ahora: yo no veo nada malo en el deseo de ganar dinero, pero el dinero es sólo un medio para un fin. Si un hombre lo quiere para un propósito personal, como invertir en su negocio, crear, estudiar, viajar o disfrutar del lujo, es completamente moral. Pero los hombres para los que el dinero es lo principal van mucho más allá. El lujo personal es un empeño limitado. Lo que quieren es ostentación: exhibir, causar sensación, dar fiestas, impresionar a los demás. Viven de prestado. Mira nuestras llamadas iniciativas culturales. El conferenciante que suelta alguna cháchara refrita y soporífera sobre nada en absoluto que no significa nada para él, y a la gente que lo escucha le importa un bledo, pero se queda allí para poder decirles a sus amigos que han asistido a una conferencia de alguien famoso. Todos viven de prestado.

—Si yo fuera Ellsworth Toohey, diría: «¿No estabais defendiendo la causa contra el egoísmo? ¿No están todos actuando por un motivo egoísta, para llamar la atención y gustar y que los admiren?».

—Por los demás. A costa de su respeto a sí mismos. En el ámbito de mayor importancia, que es el ámbito de los valores, del juicio, del espíritu o del pensamiento, ponen a los demás por delante del yo, exactamente como el altruismo exige. Un hombre que sea un genuino egoísta no puede verse afectado por la aprobación de los demás. No la necesita.

- Ayn Rand. El Manantial (1943).